¿Cómo escribir ficción condenados a una vida sin satisfacciones?
¿Por qué nadie piensa que los contadores deberían tener miedo de sus carreras? ¿O los médicos? ¿Qué hay en el hecho de ser escritor o trabajador de las llamadas “industrias creativas” —una de esas nuevas etiquetas que engloban lo que anteriormente se conocía simplemente como ARTE; que hace que nos vean con lástima, escarnio y, a veces, nos condenen mentalmente a llevar una vida de frustración repleta de fracasos con mal sabor de boca por no llegar a ninguna parte? Que si a eso vamos, los únicos que llegan a alguna parte con sus carreras son los chóferes y los conductores de fórmula uno. Siempre yendo del punto A al punto B. Los demás en general, no nos movemos de nuestro escritorio, fábrica, zona de operaciones.
En principio, el hecho de que tenemos que trabajar sin que nos paguen…al menos por un tiempo. Como lo dice Mike Nappa, tendrás que demostrar que eres capaz de armar un libro completo, una colección de pinturas o una colección de prendas. Lo que supone una cantidad no despreciable de trabajo y esfuerzo que tal vez ningún editor o casa editorial, galería o casa de modas paguen. A diferencia de los doctores, químicos y contadores a los que sí les pagan por meter las narices en diversos asuntos.
Segundo, la larga historia de escritores, pintores, bailarines, etc, etc…que se suicidan o drogan o…tienen algún problema existencial que no pitufa con la vida diaria…
¿Se debe eso a la presión social de estar siempre creando un trabajo artístico que supere al anterior? Definitivamente. Y es que es difícil no vivir con las reglas con las que nos topamos. Es endiabladamente difícil encontrarse con Buda y matarlo. A veces ocasiona nuestra muerte social. A veces nuestra muerte como individuos independientes. Otras que hagamos trabajos por los que no damos un cacahuate. Todos hacemos lo que podemos.
Y sin embargo, escribir o crear algo no es un trabajo en el que la boca se te llena de vinagre por los múltiples fracasos. Si eso fuera así, nadie se metería a averiguar cómo es que hay que expresarse ni a estudiar las reglas formales de dicha expresión. ¿Para qué si se sufre?
Es de lo más divertido. Nunca he tenido una sonrisa más grande que el día de mi bautizo como escritor. Una carta, vulgar y simple. Un rechazo. Un cuento que no era lo suficientemente bueno. Obvi como dirían mis primos. ¿Por qué la sonrisa? Porque hice algo en vez de quedarme pensando cómo sería si…No fue si…Fue. Y no es que uno no pueda mejorar o empeorar el trabajo después de su mejor obra.
Es que debería “valer margaritas” si es mejor o peor o se lo come el perro. Lo que importa ahí es disfrutar lo que se hace (para que supongo en un futuro le paguen a uno por hacerlo, dicen que lo que se disfruta termina siendo más valioso…no sé). Cada minuto de sufrimiento porque el personaje secundario ya metió en problemas a mi protagónico es una delicia. Cada vez que tengo que enfrentarme al libro aburrido para sacarle tres párrafos de información necesaria es un logro. Por eso es que…no debería importar si el público exige o no algo que supere lo anterior, aunque el público sea el dueño del escenario hoy en día. Escribir o crear es una actividad deliciosa que se comparte como se comparte el pan. No se necesita pensar que el creativo es un “genio”. Ni tampoco ubicar la razón de su “genialidad” en las musas. Lo único que hay que generalizar entre nosotros (para mantener la cordura) es, que para nosotros, crear es una forma de existencia en la que hemos elegido un propósito del mismo modo que los contadores eligen llevar las cuentas o los impuestos, los gerentes de bancos los problemas de préstamos y robos, los bomberos las tragedias cotidianas y los chóferes de Uber, las de los atascos y el precio de la gasolina.
Es un trabajo. Con otros riesgos y otras satisfacciones.