Cómo escribir ficción

Una disquisición sobre la hechicería

—Pero—dijo Evan—, si el lenguaje de la magia[1] hay que vivirlo y sentirlo, ¿por qué no se usa nuestra propia lengua? ¿No es eso lo que vivimos y sentimos más de cerca?

—Sí, desde cierto punto de vista—dijo Favila, entrando en la conversación—. Pero no desde otro. Dime, Evan, ¿tú al hablar normalmente vas pensando en lo que significan las palabras?

—Claro

—¡Que va! —dijo Favila riendo—. Cuando vas al mercado de Villatrampa y pides una libra de mantequilla, ¿al pedirla, sientes en la mano el peso de la libra? Cuando dices “mantequilla”, ¿sientes la dorada mantequilla sobre la lengua?

—Hombre, no—dijo Evan—. Sí, tendrás razón. ¿Pero quieres decir con eso que una lengua distinta puede ser mejor?

—¡Sí, para que sientas el sabor de la mantequilla!

—¿Y eso por qué?

—Pues precisamente porque no es la lengua acostumbrada. Todos los sabores y colores, todos los aromas y texturas del mundo los llevamos aprisionados en el fondo del alma, tapados por el lenguaje. Verás, es que el lenguaje es como el dinero. Es un montón de moneditas que se pueden cambiar y permutar sin pensar. […] Es un mero indicador, no es una cosa de verdad.

—¿Pero por qué es mejor una lengua desconocida?

—Como te digo, precisamente porque es desconocida. Porque obliga a la mente a salir de sus hábitos….

Doneval. Capítulo 19 pg. 246-247. Graham Dunstan Martín, Espasa-Calpe 1988.


[1]En la próxima entrada te diré porque he puesto esto aquí. Por lo mientras, piénsala.

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