Lauren Ho. El último Tang de pie, que aprendí #1
Como ya recordarán (y si no, ahí va el intro), Chuck Wendig invita a otros autores en su blog Terrible Minds, a compartir su experiencia con cinco cosas que hayan aprendido sobre escribir y de vez en cuando, este blog se queda sin material (ya sea por pereza o cualquier situación conocida como concurso a la vuelta de la esquina aunque luego resulte que no participe…). Así que; si hubo algún autor que me llamara la atención (probablemente sólo por su nombre o el título de su libro), podrán leer la traducción aquí. Hoy, Lauren Ho con El último Tang de pie en una cosa aprendida por entrada[1]. Cuando escribes no sólo tienes que avanzar a tu ritmo sino también reflexionar e incorporar cada consejo que lees y es más difícil si te llenas de ellos. No se puede simplemente leer un montón y tratar de incorporarlos todos, eso por lo regular termina en fracaso.
Lauren Ho: Five Things I Learned Writing Last Tang Standing by terribleminds
(Este es el texto comercial del libro y lo pongo por sí a alguien le interesa el libro, con el título original)
LAST TANG STANDING es una epistolar cómica de voz propia que explora el amor, la amistad y la familia a través de los ojos de una solterona China-Malasia de 33 años, Andrea Tang, determinada a escalar dentro de una prestigiosa firma de abogados y sin embargo aparentar tener novio con el matrimonio como objetivo para tener feliz a su tradicional familia. Especialmente a su madre, que seguramente vivirá una vida muy larga y orientada a los niños adultos.
1. Es muy difícil ponerle título al libro y tú instinto a pesar de la cantidad de alcohol que hayas consumido a lo largo de tu vida adulta, y nunca te ha fallado; por lo regular estará espantosa, espantosamente equivocado. Lo que sugiere que puedes sufrir de una infestación de gusanos[2] de los que deshacerse inmediatamente con una pastilla desparasitante o sufrir las consecuencias (advertencia: consulte a su médico antes de seguir el consejo de un autor).
Oh, y un título no es final hasta que tu editorial (la que publica) decida que lo es. Todo está hecho. Con los puntos sobre las íes, todo tachado [supongo que en una lista de tareas]. Dejas salir un aullido de satisfacción, satisfecho con la eficiencia y brutalidad con la que has destripado tu último aquelarre de trolls en Twitter, esperando que sus familias los deshereden por haber cruzado espadas contigo. Te volteas hacia tu manuscrito, aún jadeante, tu mirada ahora suave, apreciativa, diferente de la que sueles usar con tu familia en LVR (la vida real). Abres tu libro con un click y te deleitas en su gloria textual. Aquí estás con tu preciosidad, orgulloso porque has empleado x cantidad de tiempo en él, constantemente obsesionándote con cada palabra y detalle hasta el punto en que podrías haber estado haciendo el amor mientras planeabas una escena en la que alguien muere, y ahora viene el momento de nombrar a la cosa berreante que acabas de expulsar por tu canal mental [referencia al canal de parto]. ¿Cómo vas a ponerle? Ya tienes un nombre pero a tú editorial no le satisface y ahora, estás de regreso en la mesa de dibujo. ¿Mi consejo? Mantente lejos de que sea demasiado grande, demasiado aburrido, demasiado específico, demasiado vago, demasiado personal, demasiado esotérico y estarás bien. Pan comido. Y definitivamente no infrinjas ninguna propiedad intelectual o te adentres en territorio difamatorio. Después de todo, esos abogados avariciosos saldrán reptando de las paredes [ella usa woodwork pero…no queda] para hacer de tu vida un infierno si los dejas (lo digo como representante legal que soy, no todos podemos ser perfectos). De cualquier modo, así es como el libro se desarrollo desde «My Mother is Watching Me Date: A True Story» (Mi madre observa salir en citas: una historia verdadera) a un más digerible y —bono— legalmente sin problemas: El último Tang de pie.
[1] Al hablar de instinto ella lo llama «gut instinct» o instinto tripudo que no se usa en español y por lo tanto lo de desparasitarse no tiene mucho sentido.
[2] Que más que obedecer a la flojera obedece al principio «una página a la vez» que debería aplicar para «un consejo a la vez».