Cómo escribir ficción

El horror, el horror, el horror

Se levantó la bruma y el bosque hacía callar hasta el musgo, no se oían ni las hojas secas crujir bajo mis pasos. Me volví y pude verlo. El fin del mundo, una línea blanca que separaba el dibujo donde yo estaba de otro mundo. Un mundo afuera de la tinta que constituían mis brazos, piernas, manos, oídos, todo.

Hoy les traigo un cartón —no me gusta el nombre de meme y eran cartones en los periódicos (aunque fueran fotos) —así que prefiero ese nombre, el otro parece que vas a ser víctima del efecto  Carbonaro y eso no me agradaría nada— que público Di An en su muro de Caralibro, como le dice Big Choma. OJO: es una opinión personal que compartimos ella y yo. Lo que no quiere decir que los otros libros no resulten también fantásticos para otras personas,  después de todo; han hecho películas con ellos.

Además, no es la opinión lo que me impulsa a publicarlo sino la idea que vino después. Me hizo pensar en cómo la personalidad y el trabajo individual son tan dispares que un autor puede escribir páginas y páginas para lograr asustarnos (y disfrutamos el grimoire); mientras que otro con un simple cuentito nos hace pasar noches mirando debajo de la almohada o incluso, lavarla más seguido.

Ambos son referentes y maestros [a pesar de que uno de ellos ya se murió] de uno de mis géneros menos favoritos: el horror[1]. Curiosamente este género es el favorito indiscutible de muchos de mis amigos.

¡El horror es emocionante! Sí y no. El horror es un género donde se consigue el sobresalto a base de construir tensión. Y la tensión es muy difícil de lograr pues consiste en: ¡que no pase absolutamente nada sin que el lector se aburra!

Y hablo en serio. Pregúntense ¿qué sucede desde el inicio hasta el momento en que sucede el primer susto? ¿Hay un conflicto o mínimo de conflictos? ¿Hay una cierta pincelada en el aire de una expectativa?

En «La entrada» de Gerry Durrell, realmente no sucede nada hasta que Peter Letting entra en la mansión del tío de Gideon. Hasta entonces se presenta, introduce a Gideon, medio lo investiga, va a su casa. Todo es tan trivialmente normal. Excepto porque al investigarlo, otro personaje nos da la pista que nos hará preguntarnos qué tiene de “malvado” el tío de Gideon.

Hasta que nos meten al cuarto de los espejos y ya nada será igual. La realidad se ve distorsionada de tal manera que es necesario un trueque de tal magnitud para regresarla a su cauce normal que no volveremos a darla por sentado. Al menos hasta que algo más nos distraiga (la primera vez que lo leí le tuve miedo al espejo como dos meses).

Quiroga nos mantiene expectantes diciéndonos que la trágica heroína languidece en cama. ¿Han visto una garrapata? No son tan feas. Son como una alubia con patas en un extremo y tan chiquitas que no se les ve la mandíbula chupa-chups. Lo que las hace «espantosas»[2]  es que son tan duras que tuve que aplastarla con un martillo para matarla cuando se la quite a Evilio[3] y el resultado fue una masa estilo asfalto (parece que no había  comido). Eso nos da una idea de la maestría con la que Quiroga nos hace horrorizarnos con un animalito (repugnante sí) que ni es feroz ni es tan desconocido como «el horror» de Lovecraft[4].

A ustedes ¿les gusta el horror?


En realidad puedo contar con los dedos los cuentos (no novelas) de horror que me gustan: «El almohadón de plumas» y «La gallina degollada» de Horacio Quiroga, además de «La entrada» (comercial, ya estoy subiendo la versión leída a mi canal de YouTele) de Durrell.

[2] Vivo en una zona donde los vecinos traen sus vacas u ovejas a pastar así que no sería raro que se le pegara una a los perros

[3] Le he cambiado el nombre al perro para proteger su intimidad perruna, a las niñas gato también.

[4] No, Lovecraft con todo y regalo de Dan no llegó a conquistarme. Ni siquiera Poe con todo su genio. El único autor de horror que me gusta es Quiroga. A menos que ustedes me presenten un libro de horror genial.

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