Cómo escribir ficción

Conceal don’t feel : en narrativa las emociones no se nombran 2

Desde la entrada sobre la emoción y cómo no decirla (recuerden, sólo mostrarla, no decirla y eso fue humor negro), han pasado unas cuantas páginas de Homo Deus de Yuval Noah Harari  (también de Las dos torres de Tolkien, que aunque no lo crean no había leído). Y en ellas he encontrado un resumen interesante y lógico del cambio social y su reflejo en la forma de la expresión literaria.

Es como leer a Joseph Campbell pero con una perspectiva histórica en vez de psicológica, en pocos párrafos. Además de estar relacionada con la entrada anterior (Conceal don’t feel) al hablar de los sentimientos, las ideas dominantes y la forma en la que se representan en la literatura o los medios. La realidad es que, no podría decirlo mejor (no soy tan buena escribiendo) pero lo intentaré y añadiré un comentario/crítica.

Harari habla del humanismo como de una religión. Para él, las religiones no necesariamente requieren de un dios, sino de una serie de postulados que creemos y entendemos como especie y que nos guían a través del mundo en una especie de cartilla filosófica moral.  De tal suerte que el humanismo comienza sus dogmas  de fe con el valor de la vida humana como centro. La religión cristiana (desde la ortodoxa hasta la protestante y new age) ponen a dios en el centro del universo y nos convierte en meros recipientes de una voluntad externa. Para este tipo de concepción del mundo, los sentimientos humanos NO son preponderantes.

El humanismo (algunas personas o muchas lo mezclan con residuos de creencias en dios) ve la vida humana como una serie de experiencias. Por eso el arte y el turismo se concentran en vendernos experiencias: la ruta Otomí, el impacto de las cataratas del Niágara…la búsqueda del cambio a través de la experiencia humana. Vaya, este hombre habla de la trama de búsqueda como producto del humanismo.

¿Cito un poquito? Si, citaré un poquito.


“De forma parecida, mientras que la mayoría de las narraciones pre-modernas se centraban en acontecimientos y actos externos, las novelas, las películas y los poemas modernos suelen girar alrededor de sentimientos.
Las epopeyas grecorromanas y las aventuras caballerescas medievales eran catálogos de hazañas heroicas, no de sentimientos. Un capítulo contaba cómo el valiente caballero luchaba contra un ogro monstruoso y lo mataba. En otro capítulo se relataba cómo el caballero rescataba a una hermosa princesa presa por un dragón que escupía fuego y lo mataba. Un tercer capítulo narraba cómo un malvado hechicero secuestraba a la princesa y cómo el caballero perseguía al hechicero y lo mataba. No sorprendía que el héroe fuera invariablemente un caballero, en lugar de un carpintero o un campesino, porque los campesinos no realizaban hazañas heroicas.
De manera significativa, los héroes nunca experimentaban ningún proceso importante de cambio interno. Aquiles, Arturo, Roldán y Lanzarote eran guerreros intrépidos que ya tenían una visión caballeresca del mundo antes de que emprendieran sus aventuras, y seguían siendo guerreros intrépidos con la misma concepción del mundo al final. Todos los ogros que mataron y todas las princesas que rescataron confirmaron su coraje y perseverancia, pero en último término les enseñaron pocas cosas.
Que el foco humanista se centrara en los sentimientos y las experiencias, en lugar de en las hazañas, transformó el arte. A Wordsworth, a Dostoievski, a Dickens y a Zola les importaban poco los valientes caballeros y sus proezas, y en cambio describieron cómo se sentía la gente corriente y las amas de casa”

 Después de este párrafo ejemplifica como Survivor (nunca he visto el programa, así que tendré que creerle) en vez de ofrecernos batallas sangrientas, combates encarnizados a muerte con un solo vencedor; al gusto del patricio medieval o del espectador grecorromano, nos ofrece cinco minutos de desafíos de educación física para preescolares y montones de charlas analizando lo que otros dijeron y los sentimientos resultantes.

Parece lógico y resulta fascinante porque es cierto que la literatura cambió.  Como resultado del cambio de ideas en la mente de montones de seres humanos. Y como bien sabemos, los editores y los escritores solían estar en las líneas de avanzada; con las antenas puestas para ser capaces de imaginar el mundo. Aunque…si, hay un ligero pero…(diría Hamm, la hucha-cerdito, peros, peros, peros)

La historia griega de Jason y el vellocino de oro, con todo y sus acciones heroicas como corresponde a una historia homérica, también habla de sentimientos. Escondidos, claro, bajo la regla «muestra, no expliques/digas».

Al fin y al cabo, Jason empieza la búsqueda del vellocino como el ingenuo muchacho que visita al usurpador, pidiéndole que le devuelva el trono. Muchacho que se convierte en un astuto rey (durante su viaje) que reconoce no le regresarán el trono usurpado por las buenas. Tendrá que ser Cabrera y asesinar al rey y los súbditos con la cabeza de la Gorgona Medusa o de lo contrario, el será el asesinado. Es decir, no terminó tal como empezó. Un caballero con ideas caballerescas. Porque empezó un caballero con ideas caballerescas y terminó un caballero con ideas prácticas.

¿Y qué pasó con los sentimientos? Pues que, durante las múltiples ocasiones en las que este cuento fue contado; fue adquiriendo esa belleza de los vidrios pulidos por el mar, libre de asperezas o bordes filosos. Es decir, los sentimientos se volvieron invisibles, más no inexistentes. Al fin y al cabo, lo que sí dio un giro, fue la forma de presentar las cosas.

Harari no se enreda con las sutilezas de construcción de una trama —después de todo es historiador y su libro no trata de convencernos de cómo escribir una historia.  Aquí lo valioso es que la forma que se le da a la historia resulta inherente al estilo y la conducción mental de la época. Un personaje no puede decir aquello en lo que no podría creer. Ende, Jason no puede abrir la boca para decir que se siente agobiado.  Se siente agobiado pero no lo dice.

Es como dice Hillary Mantel en Adaptation; puede usar un lenguaje moderno pero no expresar lo que no cree o no sería lógico que creyera. Una trampa que podría llevarnos a la incongruencia histórica. Siempre y cuando el lector sepa algo de historia. Cuando no, nos lo tragamos enterito como yo con Hannibal, el origen del mal.

Sin embargo, pensándolo bien…¿cuándo escribió Shakespeare Otelo?  A bien, seguro antes que Wordsworth y Dickens si no puedo precisar el año o el siglo. Claro que Otelo no era ningún ombre común o ama de casa pero ya entonces se reconocían los celos…

Luego, está Sancho Panza; que no es un personaje principal pero que, no es ningún caballero o rey —lo siento…no puedo recordar que hacía Sancho (haré la confesión más horrible de todas las confesiones horribles y quizás esto tenga que ver con mi incapacidad de terminar una novela; no he leído completo El Quijote y para cómo va la cosa no lo haré, no le hallé el gusto) —y que es retratado por Cervantes con sus intereses y preocupaciones a pesar de ello.

Probablemente se deba a esta cualidad del autor que, al estar en sintonía no sólo con su imaginación; sino con las ideas más avanzadas, comienza de alguna forma a influir en los pensadores importantes. Que en algún momento deben de leer novelas. O coleccionar ukiyo-e.

¡Quién sabe? ¿Y tú, piensas que nombrar los sentimientos es una cualidad humana de hace siglos o comenzó con el humanismo?

Comenten…comenten…comenten…no poseo la verdad universal y si creen que estoy siendo ofensiva o no los convence mi argumentación es bueno que nos confrontemos para que haya más ideas. O si no, comenten para que no me sienta sola…sniff sniff, lagrimitas de coco.

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