¿Qué es adaptar? (continuación)
STRATFORD-ON-AVON Parte 3
El Rey Lear no es Historia. Es mito; pero cuenta verdades profundas acerca del poder y el amor. Hace el trabajo del artista de voltear de adentro hacia afuera la historia y contarnos lo que hay debajo de la piel. A pesar de lo que dijo Marx, no creo siquiera que la Historia se repita a sí misma, ya sea como tragedia o farsa. Creo que es un show vivo en el que tienes una oportunidad. Parpadea y ya la perdiste de vista. Sólo a través del arte puedes vivirla de nuevo.
Y sin arte, ¿qué tienes, para informarte sobre el pasado? Lo que hay detrás es el destello sin editar del circuito cerrado de TV. Las imágenes nos ayudan a contar cabezas en la multitud. Pueden ayudarnos a apuntalar una mentira o encontrar a un hombre buscado. No obstante, las imágenes del ojo mecánico tienen un frío peculiar, porque nos muestran impotentes ante nuestro destino —autómatas parchados, ocupando espacio sin gobernarlo. Piensa en esas fotografías de Diana, hace veinte años, dejando el Ritz de París a través del corredor de servicio —su espalda en retirada, a unos minutos de su muerte. Ante estas imágenes eres el testigo solitario, anonadado, el eterno circunstante. Ningún trabajo creativo está trabajando —sólo la vida muda y estúpidamente grabada, mostrada cuando nos resulta demasiado tarde para hacer nada, demasiado tarde para aprender. Si contáramos nuestras historias de esa forma perderíamos la esperanza. Aunque las imágenes de Diana sean banales, sin arte, eso no garantiza la perfección de la verdad. La pesquisa judicial escuchó que venían de cinco cámaras que no estaban del todo sincronizadas; así que esa noche desafortunada había cinco zonas horarias distintas en oferta en el Hotel Ritz.
La muerte es cierta, la muerte de la hora incierta, y nuestra posición precisa en nuestro camino hacia ella, no es tan sencilla de trazar como te imaginas, incluso en retrospectiva.
Si ansiamos la verdad sin mediación del arte, perseguimos un fantasma. Necesitamos el arte del comentador, incluso para sacarle partido a las noticias. Necesitamos historiadores, no que recolecten datos, pero para ayudarnos a elegir un camino a través de los hechos, hacia un significado. Necesitamos la ficción para recordarnos que lo desconocido y lo desconocible es real, y ejerce su fuerza.
Algunos escritores y adaptadores se deslindan de la responsabilidad. Dicen que el público desea escapar —así que brindémosle lo que desean. Engañan a su audiencia lo mismo que los políticos que mienten mientras hacen juramentos sin repercusiones; la cuenta llega más tarde, cuando perdemos las riendas de nuestra propia historia, y caemos en angustias personales e incoherencia política.
He escrito una novela llamada El gigante, O’Brien, basada de refilón en la vida-real de un gigante que llegó a Londres en la década de 1780, parta exhibirse a sí mismo por dinero. En mi versión, el gigante es más que un hombre absurdamente alto, es el cuerpo y emblema del mito, y él posee una reserva de historias acerca del amor y la guerra y animales que hablan y santos. Sus seguidores se unen, gritando bromas y giros de tuerca propios. El intenta incorporarlos y tenerlos a todos contentos.
Así, sus historias son interactivas, democráticas y populares —el único problema es, que están corrompidas. Se alejan más y más de la historia como él sabe que es. Al final, se da cuenta de lo tonto que es contarle a la gente lo que quieren oír. Dice ‘Las historias no pueden salvarnos…A menos que roguemos de rodillas a la Historia con la que hemos terminado, estamos perdidos´’
La Historia, por supuesto, no escucha ruegos. Es un ser humano el que escucha, aquél que porta el cuento. El ruego del gigante es por arte y maña honestamente desplegadas. Nuestras audiencias no necesitan ser protegidas de las historias, reconocen el momento en que entran el espacio ficcional.
Pero les debemos estirar nuestra técnica para ofrecer la verdad, en sus múltiples y formas y sus miles de capas —no desviar del camino debido a que, en su rostro, es la opción fácil —no deberíamos evitar las complejidades y contradicciones de la Historia, no más de lo que los políticos deberían abandonar el debate y gobernar con eslóganes. Debemos intentar por todos los medios a nuestra disposición, hacerle justicia al pasado en sus matices, intrincación, familiaridad y extrañeza. La ficción histórica actúa para hacer del pasado un recurso imaginativo compartido. Es más que un proyecto de preservación. Es un proyecto contra la muerte. En el epígrafe de mi novela sobre el gigante irlandés, cito al poeta George MacBeth, y los dejo con su pensamiento sobre lo que queremos del pasado y como lo obtenemos.
All crib from skulls and bones
Who push the pen.
Readers crave bodies:
We’re the resurrection men.
Cada plagio de hueso y cráneos
De quiénes rasgan con la pluma
Los lectores ansían cuerpos:
Somos los resurrectores.